LA CIUDAD CANINA

ZONAS VERDES ADAPTADAS
Ángel Méndez














Tras aparecer sobre la faz de la tierra hace miles de años, el perro encontró un sitio junto al hombre y lo acompañó. Ya no sabremos quien buscó a quien, pero lo cierto es que desde nuestros orígenes, él ha estado siempre presente; al principio como un aliado en las cacerías, con el paso del tiempo como un compañero incondicional.

El perro ha vivido nuestra evolución y, por ende, nuestra historia, compartiendo al inicio la cueva, posteriormente el poblado y finalmente la ciudad. La simbiosis entre ambos es tan ancestral que los cánidos han evolucionado genéticamente  para nacer predispuestos a estar a nuestro lado, seguirnos, respetarnos y darnos todo su afecto sin pedir nada a cambio desde el primer momento en que pasan a incorporarse a nuestra familia, para ellos su manada.

Es sorprendente que, tras tan extensa relación de convivencia, el hombre no haya adaptado la ciudad a las necesidades de los canes, obligándoles a vivir los espacios exteriores bajo la eterna ligadura de una correa. Cierto es que son animales y, como tales, deben habitar la ciudad bajo  control pero, más cierto es que son seres cargados de sentimientos y emociones que requieren socialización, ejercitación y desahogo. Está bajo toda lógica que se les deba llevar  por la vía pública atados y controlados por cuestiones de orden, respeto hacia quien los pueda temer e, incluso, por la propia seguridad del animal, que de otra manera quedaría expuesto a los peligros del tráfico. Lo que no se puede justificar es la total desatención de la ciudad hacia ellos ya que, en el mejor de los casos, se les permite permanecer sueltos en diminutos rediles denominados “pipi-can”. Quien ideó estos espacios asoció las necesidades caninas con las puramente fisiológicas, dejando a un lado tanto las físicas como las afectivas; simplemente nunca tuvo un perro. Es necesario que se habiliten espacios donde puedan jugar, correr, divertirse, relacionarse y aliviar el estrés que les conlleva pasar tantas horas encerrados en casa esperando a que regresemos de nuestros trabajos.

Pensemos entonces en parques públicos adaptados, donde el animal pueda campar a sus anchas sin molestar a nadie y sin miedo a posibles accidentes o lesiones; lugares donde las fuentes sean de recipiente bajo para que puedan beber, con diferentes áreas donde encontrar desde explanadas de arena hasta estanques para el baño y que, a su vez, ofrezcan a los propietarios  agradables zonas ajardinadas con generosas sombras y posibilidades de descanso. En otros países ya existen estos parques pero en España se cuentan con los dedos de las manos y el concepto, por lo general, es el de gran arenero aséptico, sin más, por lo que aún queda camino por recorrer. Con la creación de parques caninos en las ciudades se contentaría incluso a quienes moleste su presencia, pues los perros ya no tendrían la necesidad de compartir con las personas los parques tradicionales.


No olvidemos que la ciudad debe adaptarse a quien la habita. 



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